Fundamentalismo Moral Oslo, Noruega, viernes 22 de julio del año 2011; cerca de un centenar de personas mueren y otras tantas resultan heridas a consecuencia de las ideas de Anders Behrin Breivik, de 32 años, expresadas previamente en un “manifiesto” de mil quinientas páginas, en las que cuenta con lujo de detalle su “despertar” político gracias al cual se da cuenta del grave “riesgo” que representa la “islamización de Europa”, el marxismo y el multiculturalismo, y así “toma conciencia” de que resultaba imposible detener todos estos “terribles flagelos” por vías pacíficas. Basado en un profundo fundamentalismo cristiano, acepta que cometió “acciones atroces, pero necesarias”, por lo que no expresa remordimiento alguno y ni siquiera piensa haber cometido ninguna especie de acto criminal. En escritos publicados abiertamente en las redes sociales y en foros neonazis por internet, el buen Anders manifiesta ideas tan claras y contundentes como las que siguen: “Díganme de un país donde los musulmanes hayan convivido pacíficamente con los no musulmanes”[1]. También afirmaba que las asociaciones de derechos humanos defensoras de las minorías no eran otra cosa que “violentas organizaciones marxistas” y que es necesario combatirlas por “todos los medios” y que, a su juicio, los socialistas representan una “encarnación del mal”. Incluso perteneció a las juventudes del Partido del Progreso –derecha ultranacionalista de Noruega-, pero las abandonó, decepcionado porque a su juicio habían abrazado el “multiculturalismo” y la “corrección política”, ambos cánceres que, desde su perspectiva, provocan la “pérdida de identidad nacional”. Podríamos continuar por páginas hablando sobre las ideas de este hombre, y está claro que los pormenores del caso ya han sido ampliamente comentados en diferentes medios informativos, y por eso no es mi interés ahondar más en el tema. De lo que se trata aquí es de tomar conciencia de que las ideas y los actos llevados a cabo por Anders Behring Breivik no son aislados, ni tampoco producto de la mente de un desquiciado, sino que toman forma a partir de un conjunto de ideas bien estructuradas que encuentran sustento en una base ética casi universal que ha sido considerada válida por siglos, e incluso milenios. ¿No es una paradoja macabra que los actos más terribles de la humanidad sean cometidos en supuesta defensa de los principios morales más profundamente arraigados en nuestra cultura? Ante tales hechos, no resulta ocioso echar un vistazo a la ética vigente para tratar de comprender un poco cómo llegamos hasta aquí y como podríamos redirigir el rumbo. Cada religión –en especial aquellas que han alcanzado un verdadero poder terrenal a partir de su mimetización con el Estado– y cada movimiento ideológico radical han llevado a cabo esfuerzos ingentes a través de los siglos para imponer sus ideas y “demostrar” que encarnan la única y absoluta verdad. En oriente aún hoy sucede así con los Estados Islámicos, y en occidente, los influjos de las ideas cristianas más ortodoxas, así como los prejuicios raciales, económicos y sociales aún están profundamente arraigados en una amplia gama de sociedades de todo tipo (y si se piensa que exagero, basta con revisar los discursos y las ideas principales de la reciente campaña republicana en busca de candidatura presidencial entre Mitt Romney y Rick Santorum –muy en especial éste último–). Estas creencias terminan por manifestarse en los más brutales prejuicios que al materializarse, dan lugar a actos tan irracionales como los cometidos por el noruego en cuestión. Esta “verdad absoluta” que pretende encarnar cada religión y cada ideología que se cree única, completa y absoluta deriva en el intento –muchas de las veces no tan pacífico- por imponer esa revelación o esa doctrina al mundo entero, asumiendo esa imposición como un mandato divino o una obligación moral con la que se debe cumplir. Aquí tenemos el primero de los componentes para la gestación de ideas y acciones extremas e intolerantes: el convencimiento absoluto de que se tiene razón, y que por lo tanto, quien piensa distinto carece de ella y hay que combatirlo, porque la responsabilidad moral de un buen ser humano consiste en “defender la verdad” contra quién sea. No cabe duda que esta parece una máxima inatacable; defender la “verdad” suena como un acto de sentido común. El problema es cuando esa “verdad” es subjetiva e imposible de demostrar y ante la falta de capacidad para el convencimiento del otro, debe usarse la fuerza o cualquier otro medio de coerción que consiga ese objetivo tan noble. Entonces, de manera inesperada –y en cierta forma, imperceptible– “defender” se convierte en “atacar”. A éste se une un segundo componente: la acción ética. Parece un contrasentido pero no lo es. Una ética equivocada, o una interpretación equivocada de una ética correcta, es la vía más corta para la injusticia, porque deja en quién la comete una profunda y genuina satisfacción al haber actuado –desde su perspectiva- de un modo impecable y correcto. El imperativo categórico de Kant fue construido a partir de una profunda, seria y bien intencionada reflexión: “Obra de tal modo que puedas querer también que tu máxima se convierta en ley universal”[2]. Es innegable la buena intención kantiana, pero basado en ella Andres Behring Breivik, o cualquier otro extremista, puede llevar a cabo los actos más atroces y además sentirse satisfecho por haberlos cometido. Al tamiz del tiempo podemos encontrar en la premisa kantiana dos errores fundamentales. El primero, el de pensar que lo que es bueno para mi es bueno para todos y el segundo, la idea de que es posible determinar normas de comportamiento y pensar que puedan catalogarse como “ley universal”. Luego del renacimiento, la revolución científica y tecnológica alimentaron durante siglos la idea de que era posible encontrar “verdades universales” y “certezas absolutas” incluso más allá de la religión y la moral. Sin embargo hoy, ni siquiera en el ámbito científico puede pensarse en que se ha encontrado un conocimiento universal o definitivo. Las fronteras inalcanzables del universo curvo y relativo de Einstein demuestran que las “verdades universales” de Newton no lo eran; del mismo modo, los terrenos aún inexpugnables del mundo subatómico hacen parecer que la realidad que percibimos como sólida y estable, es en realidad una tendencia energética variable e incomprensible por ahora. Presos en una “realidad” así, donde ni siquiera podemos estar seguros de que aquello que nos parece sólido al tacto, de veras lo sea, quién podría asegurar con certeza absoluta que es el dueño de la verdad. En la siguiente entrega continuaremos analizando las distintas normas de comportamiento al mismo tiempo que intentaremos semblantear una nueva postura donde la aceptación y la responsabilidad consigan, en un futuro, ponernos a salvo de los Anders Behrin Breivik que abundan el mundo.