Pensar en el destino como una serie de acontecimientos predeterminados e inmutables no sólo me parece inverosímil y absurdo, sino sobretodo desesperanzador. Imaginar que mi vida está irremediablemente atada a un argumento inamovible y ya escrito por algo o por alguien, con un propósito oscuro y desconocido para mí; y que, lejos de ser un participante activo en mi propio futuro, soy como el personaje de un videojuego que sube y baja a capricho de una fuerza controladora e incomprensible, me hace sentir que la existencia carece por completo de razón y de fundamento. Si no puedo influir de manera alguna en lo que me sucede ¿Qué sentido tiene experimentarlo? Si el aprendizaje ante las diferentes experiencias y la conciencia que tengo de mi propio ser no me permiten decidir de manera alguna ¿qué sentido tiene existir? ¿Qué caso tiene levantarse por las mañanas? Por otro lado, también hay que decirlo, es complicado imaginar la existencia como un encadenamiento de azares sin relación ni coherencia entre ellos. Supongo que todos experimentamos vivencias inexplicables, y casi podría decirse que mágicas, que se atan con acontecimientos pasados de tal manera que resulta prácticamente imposible disociarlos. Hay muchos momentos en que podemos jurar que la vida nos conduce por un camino que estaba ahí sólo para nosotros y nos suceden de pronto acontecimientos tan especiales, tan particulares, en tal grado de sincronía y exactitud, que parecen puestos ahí por una mente superior que sabía que de no echarnos una mano poniéndonos una salida casi imposible, nos quedaríamos atorados para siempre sin posibilidad alguna de cumplir con ese extraño y velado propósito que esa inteligencia tiene predestinado para nosotros y que sólo conoceremos cuando lo hayamos alcanzado. Pero si los acontecimientos de nuestra existencia no están totalmente predeterminados, ni tampoco son por completo accidentales ¿Cómo rayos se construye el futuro? ¿Qué tanto participamos de esa construcción? ¿Qué tanto podemos influir en nuestro destino? Y lo más importante, en caso de sí poder influir el él ¿cómo se logra conducirlo por el cauce que uno quiere, en vez de andar al garete azaroso o al capricho de una predeterminación externa? Supongo que nadie tiene la respuesta definitiva e incuestionable, pero pienso que todos tenemos derecho a inventarnos alguna que nos satisfaga. Nunca se sabe, en una de esas se acierta y se convierte uno en un verdadero experto en construirse el futuro. En mi caso personal, la reflexión me ha llevado a encontrar una respuesta intermedia, donde uno toma sus decisiones y conforme se avanza en ellas y se es congruente con sus propios objetivos, el entorno se acomoda de manera mágica para que las cosas sucedan dentro de un cauce posible. Digamos que mi concepción del destino es una especie de un universo de tendencias. Es como si uno estuviera en la desembocadura de muchos ríos, y conforme se escoge uno en particular, las posibilidades fluyen en ese sentido. Éste es un tema que me apasiona y aún me falta mucha reflexión para poder armar una teoría más o menos completa y poder trasladarla a las palabras, pero leyendo la novela Metro 2033 de Dmitry Glukhovsky, encontré una explicación que me parece muy interesante para comentarla y partir de ahí para razonamientos y discusiones posteriores. Desde luego que es una serie de ideas incompletas, porque no explica por qué nací donde lo hice, en el tiempo en que sucedió y en la familia, el país y el entorno en que aparecí. Sin duda ése es el primer paso, porque todas estas circunstancias “casuales” marcan la vida de manera incuestionable. No es lo mismo nacer en el seno de la aristocracia francesa del siglo XVI, que en un barrio suburbano de la Somalia del siglo XXI. La teoría del autor ruso parte de la base de que no existe un destino preestablecido que pueda conocerse a priori. Sin embargo, conforme se vive comienzan a tomarse decisiones, en principio inconscientes, que nos conducen a tomar otras. “En todo momento –dice su personaje Sergey Andreyevich- tendrás la posibilidad de elegir entre lo uno y lo otro. Pero, si tomas la decisión correcta, todo lo que te ocurra luego ya no será casual, sino determinado por la elección que hayas tomado previamente”[1]. Sobre esta cita, yo sólo diría que el concepto de correcto e incorrecto es relativo y particular para cada persona y que para el universo la carga moral de cada acción es intrascendente. Más allá de si es correcto o incorrecto, cada decisión conduce a un sitio distinto. Lo importante de la idea es que cada decisión que tomamos nos lleva por un cauce único y entramos –por decirlo de alguna manera- en el campo gravitacional de una tendencia que nos atrae y que nos conduce a acontecimientos acordes con nuestras acciones previas, y lo que suceda después estará relacionado con esa tendencia en particular. Por poner un ejemplo evidente, pensemos en una chica que por accidente se embaraza. Todos los acontecimientos posteriores en su vida, estarán marcados por esa acción. Claro que ya escucho las réplicas: ¿Y por qué se embarazó? ¿Por qué justo ese día se le rompió el condón? ¿Por qué justo cuando estaba ovulando y se le pasaron las copas en una fiesta a la que no pensaba ir y que se juntaron decenas de acontecimientos previos para que estuviera ese día, en esa circunstancia, en el asiento trasero del coche del chico que nunca le gustó? Y la única respuesta que se me ocurre es que con decisiones previas –unas grandes y otras minúsculas e inconscientes- se colocó en la tendencia para que esos acontecimientos se acomodaran de esa manera y se manifestaran en su vida de esa forma en especial, porque, por más que lo asegure, siempre tuvo la alternativa de no subir a ese coche. Siguiendo con el texto del ruso, hablaba de que luego de decidir, lo que ocurre después ya no es “tan casual”, sino que está determinado por la elección que se tomó previamente. Y de ahí continúa: “Entonces, la vida ya no consiste en una acumulación de azares, sino que, de hecho, llega a tener como un argumento en el que todas las cosas están ligadas lógicamente, aunque las conexiones no siempre serán inmediatas. Ése es tu destino. Y si sigues tu camino durante el tiempo suficiente, tu vida se parecerá tanto a un argumento que te sucederán cosas que no podrás explicar con la mera razón, ni con tu teoría del encadenamiento casual. Sino que se ajustarán sobremanera a las hebras del argumento por el que se dirige tu vida”. Y luego remata con la idea que me parece la más importante de todas: “Creo que el destino no acude por si solo, hay que ir en su busca”. Es el decidir concientemente lo que permite construir un destino. Cuando tenemos claro hacia dónde nos dirigimos y actuamos en consecuencia a cada paso, los caminos se abren y se acomodan de manera inexplicable. Claro que esa conciencia ni es fácil ni es frecuente. Implica un esfuerzo y una voluntad que casi nunca nos preocupamos por desarrollar. Tengo la impresión de que muy poca gente toma sus decisiones cotidianas con la conciencia necesaria para conducir de hecho su destino de manera voluntaria, pero me gusta pensar que con el entrenamiento suficiente se puede lograr en una medida muy amplia. El personaje de la novela sigue con su discurso: “Pero si los acontecimientos de tu vida cuajan algún día en un argumento, tal vez llegues muy lejos… -pensemos en los Napoleones, en los Hitlers, en los Gandhis que construyeron destinos inverosímiles para la mayoría de los humanos- Lo interesante del caso es que uno mismo no se da cuenta cuando eso ocurre. O se tiene una idea totalmente equivocada de lo que sucede, porque cada uno trata de ordenar los acontecimientos de acuerdo con su propia visión del mundo. Con todo, el destino tiene su propia lógica”. Aquí está otro punto que me parece medular. Uno no se da cuenta de que todo esto ocurre porque tenemos una serie de creencias que nos hacen ver el mundo de cierta manera, que en muchos casos poco o nada tiene que ver con el funcionamiento real del universo. Basamos nuestras acciones y convicciones en creencias –como la de creer que existe el destino o, al contrario, suponer que no- y éstas nos limitan. Si estamos convencidos que el mundo es de determinada manera, será muy difícil que alguien –ni siquiera los acontecimientos- nos convenzan de lo contrario. Al final uno termina por ver lo que quiere ver y en esta lógica, yo quiero pensar que el destino lo construyo yo con mis acciones, con mis decisiones, con mis ideas, con mis sueños, con mis planes y con mis proyectos. Si al final estoy equivocado, no cabe duda que ése era mi destino.
[1] Dmitry Gjukhovsky, Metro 2033, Traducción Joan Joseph Musarra Roca, Barcelona, Sycla Editores S.A., 2009, Pág. 288.